Nos gusta creer que los zoológicos son espacios de aprendizaje, de conservación, de cuidado. Que ahí los animales están protegidos, que es para que los niños conozcan la naturaleza, que sirve para preservar especies.
Pero la verdad, aunque duela, es otra: los zoológicos son cárceles disfrazadas de parque. Jaulas con pasto, con horarios de visita, con vitrinas de tristeza.
Allá dentro, los animales no están libres. No corren, no cazan, no se esconden. Viven una rutina impuesta, un encierro que les quiebra el alma. El león que en la sabana debería ser rey, en el zoológico gira en círculos, aburrido, preso del estrés y la desesperanza.

La jirafa no alarga el cuello buscando hojas, sino que observa el mismo muro todos los días. La elefanta no camina kilómetros, sino que arrastra sus patas en una jaula diminuta.Nos venden la idea de “educación ambiental” y “conservación” como excusas para justificar esta tortura.
Pero la educación no es mirar a un animal atrapado y decir “¡mira qué bonito!”. La verdadera educación es enseñar a respetar la vida, a convivir sin esclavizar, a proteger sin capturar.

Y la conservación, ¿qué decir? El zoológico no es un santuario, es un museo de animales muertos en vida. Porque las especies se reproducen, sí, pero fuera de su hábitat, sin los desafíos ni las libertades que necesitan para sobrevivir con dignidad. Y cuando los animales no son “rentables” para exhibir, se venden, se sacrifican o se olvidan.
Lo más triste es que muchos defendemos estos espacios con la mejor intención, pero sin preguntarnos si esa es la forma correcta. Preferimos el confort de la visita familiar, la selfie con el oso panda de plástico, el aplauso fácil, antes que enfrentarnos a la realidad brutal: el zoológico es encierro. Punto.
Chile, como país, debe avanzar hacia otro modelo. No más jaulas. No más prisioneros para el ocio humano. La educación ambiental debe ser en terreno, en la naturaleza, con respeto y cuidado. Y la conservación, en ecosistemas reales, no en vitrinas.
Porque los animales no nacieron para ser objetos de museo. Nacieron para ser libres. Y mientras sigamos creyendo que encerrarlos es protegerlos, seguiremos perdiendo no solo a los animales, sino también nuestra humanidad.







