La salud mental en Chile enfrenta hoy desafíos que van más allá de las estadísticas oficiales y las políticas fragmentadas. En medio de una demanda creciente por atención y apoyo psicológico, el reconocimiento y la inclusión de la neurodivergencia —esa diversidad neurológica que incluye trastornos del espectro autista, TDAH, dislexia, entre otros— siguen siendo marginalizados en nuestro sistema sanitario y educativo.

La neurodivergencia no es una enfermedad, sino una variante legítima de la experiencia humana que requiere adaptar nuestras instituciones y prácticas para respetar las diferencias cognitivas y emocionales. Sin embargo, en Chile, todavía prevalece una visión médica hegemónica que tiende a patologizar y estigmatizar, en lugar de visibilizar y potenciar los talentos y particularidades de las personas neurodivergentes.
Este escenario tiene consecuencias profundas. Muchas personas quedan excluidas de apoyos adecuados, sufren discriminación en la escuela, el trabajo y hasta en sus propias familias. Además, la salud mental en general se ve desbordada por la falta de recursos estratégicos que atiendan no solo síntomas individuales, sino también los factores sociales, económicos y culturales que afectan al bienestar emocional.
En tiempos donde la conversación pública sobre salud mental ha ganado espacio, es imprescindible avanzar hacia un modelo inclusivo, con políticas públicas que integren a la neurodivergencia con dignidad. Esto implica fortalecer la capacitación docente y de profesionales de la salud, asegurar accesos personalizados y sin prejuicios, y promover una cultura social que celebre la diversidad neurológica como riqueza y no como déficit.

La pandemia y sus secuelas dejaron en evidencia la fragilidad de nuestro sistema de salud mental, pero también abrieron una ventana de oportunidad para repensar. Chile debe aprovechar este momento para liderar un cambio hacia la inclusión plena de la neurodivergencia, reconociendo que la salud mental no es un lujo, sino un derecho fundamental que asegura una sociedad más justa y humana.
Solo así lograremos que quienes son diferentes por naturaleza no solo reciban atención, sino que también encuentren espacios para desarrollarse plenamente, aportando a un país en el que la diversidad deje de ser una barrera y sea una fuente de fortaleza colectiva. La salud mental integral comienza por abrazar todas las formas de ser y pensar que conforman nuestra humanidad.







